22/3/12

mudanza I

Tengo adicción a los bazares. Me gusta ir y pasear y mirar todo. Cuando cobro, recorro los que me gustan y me llevo alguna cosita, una compotera, un plato chico, un vaso de licor. Siempre me compro de a uno y por lo general cada objeto no supera los 15 pesos. Ultimamente es de mis únicas compras de principios de sueldo. Me gusta ir armando un juego disímil de vajilla porque no sé cocinar muy bien pero hay dos "comidas" que disfruto mucho de hacer. La primera es la merienda. Me encanta invitar a alguien a tomar un mate y desplegar decena de cacharritos con cosas ricas arriba de la mesa, confites, galletitas, azúcares. Me gusta mirar la mesa y ver una variedad heterogénea de cosas ricas, en pequeñas porciones acunadas en porcelanas y losas. La segunda es una picada. Disfruto cuando viene gente a casa a ver un partido de fútbol y en la mesa chiquita se pueden acomodar un recipiente casi pegado a otro con fiambres, vinagretas, aceitunas, aderezos, galletas saladas o rodajas de pan casero.
Mi última adquisición en cacharros de vajilla fue a lo largo de un hermoso paseo por la quinta de Isabel. Me llevé una panzada visual de objetos bellísimos, y tres bolsitas con recipientes pequeñísimos que son como tesoros.
No tengo mucho apego a los objetos materiales pero tengo 27 años y factiblemente mi vajilla sea el único bien de persona adulta que poseo. Ni muebles ni inmuebles, mi hermosa y heterogénea vajilla compuesta por lo que me voy comprando mes a mes en bazares, en la feria del parque independencia, unos platos heredados y manchados de cúrcuma de mi abuela Manuela y un juego de copitas de cristal regalo de mi madre.
Anteayer a la madrugada, y a una semana de tener que mudarme, se cayó la alacena entera al piso. Un estruendo terrible en dolorosas cuotas de ruido. Todo destruido, hasta los vasos plásticos de campamento. Salvados: una taza, un plato y un bowl.
Un mural de ceramitas de distintos tamaños y colores en el piso, pedazos de madera de una alacena que no es mía. Ruido crujiente en las chinelas para ver qué se había salvado. Roto mi único patrimonio de chica adulta, abro hojas centrales de un diario y armo paquetes mullidos. De ahí, a la calle.