12/8/12

ǝʌol

Queman las banquinas.

Después de la humareda
viene aire de tormenta
aire riquísimo de lluvia en promesa.

Mi abuela y la costumbre de pueblo
de ofrecerme unas empanadas con mate
a las diez de la mañana
mientras me alarga el ruedo
de un pantalón amortizado.

Afuera están encalando los pies de los árboles
de cada frentista. No subirán las hormigas
por un tiempo, dicen.
No habrá delgados caminos negros entonces,
por la piel anciana de la acacia bola,
como pespuntes de coselotodo oscuro
hilvanando hacia la copa.

Quizá cuando vuelva casa, me ponga unas medias blancas,
blanquísimas para evitar los daños del a posteriori
que a veces sube de pies a cabeza como puntadas de aguja
dañina e insistente.

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