21/10/10

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Cuando ando entreverada vuelvo a Harper. Quizá es lo más íntimo que me acompaña. Sus dibujos tienen un olor que no tiene otra cosa. No es magdalena inducida ni útero materno. Es mi pequeña e infante revolución, por tanto la más genuina.
Mi libro de Harper tiene olor a moho. La respuesta es: sí, me encanta ese olor. Un aroma similar tenía el galpón al que entrábamos de incógnito con olor a roedor. Mi abuela guardaba ahí diarios viejos con datos sumamente relevantes que aún no descubro. Pilas hasta el techo de papeles y telgopores que no sé por qué guardaba Manuela, pero guardaba. Era robar la llave del candado y aprender a leer con un diario facho, para encontrarle un amante a mi abuela o algo así. Lo que más había era calendarios, no tengo ni idea por qué. Cantidad de calendarios de esos que se les corre un cuadradito que enmarcará el día actual. Mi robo tenía un olor muy parecido a ese galpón. Aunque distinto, similar.
Al galpón de empaque entré un día normal y robé un libro de biología para niños, con ilustraciones de Charley Harper. De cerca y de lejos lo más brillante que vi ahí y entonces. Lo medí en dinero: esto debe valer millones. Hoy; tengo un grave desconcierto en cómo se miden las cosas. Ahí: era la primera vez que veía como se aplicaba la geometría a lo onírico: peces, pájaros, animales del mar que no iba a conocer hasta ahora nunca. Ahora: la medida de aplicar algo rígido, casi exacto, a cuestiones que se me tergiversan por no poder alistarlas en un post´it para pegar en la heladera, o lo que no tiene nomenclatura. El delicioso y desafiante olor a fungi de un galpón abandonado y hurgado.
Mi parte paranoica le había agregado mucha moral a mi madre y ninguna de mis partes habían robado antes. Por eso luego de robar el libro lloré muchísimo. Tenía esa suciedad hermosa de quién no está comprometido con nada. Indagaba el libro, lo olía, copiaba con papel de calcar esos peces, rémoras, pájaros, anguilas, vacas de san antonio, en silencio. Con esa aspiración masturbatoria de quien hace cosas para uno pero pensando en otro. Copiar ilustraciones del Harper robado era copiar para otros, que no eran mi familia ni mis amigos vecinos. Era para para otros que no conocía pero inventaba sensibles y proclives a desear mi amistad y mi virtud de copista.
La vez que creí que mi madre había descubierto el robo, pensé en quemar el libro. Salvaron la escena más o menos en el momento los dueños del galpón que venían a traer libros para la niña que lee, a saber: varios comics, una explicación en francés de "Les parlementaires" de Daumier, la vida de Bill Bixby y Lou Ferrigno más allá del verde y otros que no me acuerdo. Entre esos lo camuflé.
Ahora vuelvo de escuchar sarta de imbecilidades sobre nuestra vida política, es decir, los más importante que nos contiene. También leo sarta de imbecilidades. Lo que se omite, lo que se disfraza. Googleo Harper como busco mi más íntimo olor a moho para deliberar en lo que creo. No creo en la cobardía, no creo en la máscara, no creo en la gente que se aferra a un referente falso para poder seguir adelante con entusiasmo. Creo en tu olor a hongo, querido mío. Creo en que dejes de disfrazar con el Poett en la mano izquierda tu nueva revolución y que desenmarañes tu genuino gesto a ver de que se trataba. Lo que tenga un olor distinto a cualquier otra cosa, ahí es.


1 comentario:

Ana y Maxi dijo...

qué lindo relato, fon. La imagen siempre es ventana a otra cosa, no? eso es lo que me atrae.
yo de chica me acuerdo de un libro que me regaló una prima que era más grande que yo, uno que tenía una imagen rara, y contaba sobre unas mujeres que tejían el destino. Pero un día lo perdí, y en el recuerdo va todo unido, imagen, colores verdes ocres, mujeres tejedoras y perderlo en un negocio o algo así, un lugar con estanterías grandes. No lo tengo guardada ni tiene olor a moho, afortunada.
Ana