8/1/07


Corte y confesión


las moscas que andan por el vidrio
como escaladores
la casa en penumbras
el ruidito determinando
la artesana de la siesta
y su máquina giardini

solo hay luz en el cuarto de costura







El abuelo repite
que la vieja para la costura
se da maña,
hace de todo,
es media
ramos generales






2 secretos hilvandos:


un solo dedal
termina con la magia
del tatuaje sin tinta



adrede el silencio
escondido
bajo la alforza








La hija de la costurera

para emparejar el largo
de la pollera campana plato
la costurera sube a la mesa
a la pequeña modelo.
Con una chinche
adhiere el centímetro
al hule de flores
y le pide a Anita
que vaya girando
muy
despacito
como minutero
para poder marcar
con tiza blanca
donde se chingó la pollera
campana plato.


La hija de la costurera
gira suavemente.
abre los brazos
por su cuenta,
cierra los ojos
para no ver
el viaje sutil
del estampado
en su cintura,
y el seño fruncido
para ver bien
de la costurera
el género



El cuarto es chico
el calor está arriba
la nena toca el techo de a ratitos
quieta Anita
la reta
la costurera.
Ya terminó la pose
pero ella
no es que se aburra,
está pensando
(entre otras magias)
que la pollera
campana plato
es para que ella
la lleve puesta al baile




ahora Anita es grande
y le dice
mamá no te esfuerces
te lleva tiempo
te cansa la vista
la costurera
asiente
con convencimiento
pareciera
pero a la hora
de la siesta
lo compartimos:
ella me escucha
revolver su placard
buscando
sus viejas costuras
y yo escucho la pedalina
de la Giardini
sin que quede solo
en cuestiones de bulla.



Coser a esa hora implica muchas cosas: el silencio del pueblo, la cortina abierta para enhebrar rápido, el perro del turco Estaye que torea dos o tres veces, la emisión por radio de la quiniela matutina a las 2 de la tarde.
La abuela y la máquina, la máquina y la abuela también, la mano acostumbrada a darle vueltas al volante, los pies juntos en el vaivén del pedal, el ruido del pedal, seco, constante por unos minutos, y después: la nada, más silencio. Ahí, esos segundos en que la siesta se hace toda porque ni el perro torea, la quiniela ya pasó y la luz suavemente penetra el vidrio, se frena la Giardini, se cansa la abuela, ahí, justo ahí, ambas respiran, se callan, Sarita estira los brazos, se ajusta los lentes de ver al tabique y cuando todo parece siesta, sin dar tregua, las productoras vuelven al ruedo.

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