2/12/10

demiurgo

a esos caballos le dicen "pintados". Por delante es negro, en las ancas blancas tiene manchas pequeñas, irregulares, grises. No lo monta ni lo varea nadie. Sigue atado frente a lo de Zubiel desde que escribí papel cebolla. Sigue en el mismo poema, en el mismo baldío. La bondad y la maldad en su mapa cuerpo equino. Lo salvaje y la mesura en su materia centaura de tonos. Las crines negras, las fauces mas negras aún. La cabeza corta el paisaje de media estación. Hacia atrás, hacia la fuerza de sus torneadas patas traseras, el animal se desdibuja. Trota en círculo enloquecido, brioso, alrededor del poste que lo ata. El blanco con pintas grises de su cola pierde foco. ¿Es qué termina el caballo? ¿Tendrá un fin ese animal o se irá difuminando el cuerpo en el empeño del baile circular?
Si lo miro de frente lo reconozco.
Si lo miro correr en redondel, haciendo un zurco infinito, un tatuaje de nave espacial o puliendo detalles de una cosmogonía, se va borrando su vía láctea trasera, van matando a la bestia por la retaguardia y la próxima vez que pase por ese baldío yo, solo va a estar la cabeza negra o bien el caballo entero se habrá consumido, legando un dibujo invisible, una brisa, de la inercia redonda.

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