29/1/10

Arturo Carrera





















Casa del fauno

Vengan a Pringles —ya sé,
no es Delfos.
Pero a tres cuadras de mi casa,
por la calle Stegmann,
hacia el sur,
está el arroyo.

¿No es el pueblo natal
“el arroyo de encima”, que no pesa nada,
como en los graves y mentirosos
sueños?

Tengo en la vereda
los plátanos enormes, con hojas como manos y
frutos demasiado redondos como
testículos de ángeles.

Y a veces sueño que zumban como trompos,
cascabeles que llegan como agua hasta la casa
y la casa se borra
como azúcar en agua.

Pero puedo ofrecerles un sistema de rumbos
que se parece al menos al “problema de los niños”,
—el que ellos muy pronto olvidan;
que ponen a cierta edad
en todos sus dibujos:

“el punto de referencia,
dejar aquí,
ir allá,
la distancia,
la orientación,
el camino conducente a casa,
tan necesario como la casa.”

Mi asegurada lejanía entonces
es la promesa:
¿vendrán?

—y el deseo, como en cada uno,
en relación infinita al arroyo
al árbol y a la casa,

esos senderos y formas,
esas vibraciones y roces
que suelen llamarse “mujeres”

—criaturas hermosas
que se hamacan entre ramas.

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